miércoles, 10 de diciembre de 2014

El primer día de clase

  Bien, hoy voy a contar cómo fue mi primer día de clase en la universidad, un día horrible y desesperanzador (no estoy segura de si esta palabra es correcta). 

  Casi desde el primer día hicimos el grupito de amigos y, a día de hoy, sé que ese grupito se mantiene (sin mí) incluso después de haber acabado la carrera (lo sé por las fotos que veo de las bodas). Este grupo estaba compuesto por seis chicas y un chico y no, el chico no es gay, pero sí realmente divertido. Recuerdo una vez, merendando, con su caja de Donettes en mano, de repente nos miró y nos sonrió con los dientes llenos de restos de chocolate, lo que a primera vista hacía parecer que estuviera mellado. 

  Fue un lunes el primer día de clase. Al principio todo muy bien y súper emocionante, ya nos estábamos imaginando todos siendo profesores... hasta que llegó la última clase. Jamás se me olvidará esa pesadilla. TRES HORAS de clase seguidas, con solo un descanso de 10 minutos y hasta las 21:30 horas allí metidos. No fue eso lo peor, no. Lo peor fue ver cómo, al inicio de la clase, millones de personas empezaban a llegar y a ocupar los sitios vacíos. Llegaron tantas que algunos se tuvieron que sentar en las escaleras y otros se marcharon. A los novatos, pobrecitos de nosotros, nos pareció muy extraño que de repente apareciera ese pelotón de gente.

  Cuando apareció la profesora y, tras presentarse, jamás se me olvidará lo primero que dijo: "Hay personas que acaban la carrera y aún tienen esta asignatura pendiente". Así me gusta, dando ánimos desde el principio. "Hola Facundo. ¿Todavía estás aquí?" Añadió, dirigiéndose a un hombre que podría ya hasta tener hijos.
  Todos los novatos en ese momento nos miramos con cara de estreñidos. La primera impresión fue a peor, pues llevábamos toda la tarde de presentaciones de 10 minutos y "ale, ya comenzaremos el temario el próximo día", y no esperábamos menos de esta asignatura. Para nuestra sorpresa, la profesora se puso a explicar en un perfecto inglés, que ni los que habían acabado la carrera entendían, análisis morfológicos de frases. ¡Dónde me había metido! Pues sí, la tía nos dio las tres horas de clase el primer día.

  A esto hay que añadirle la invasión de abejas que hubo, pues había un panel fuera al lado de la ventana y claro, era septiembre, teníamos las ventanas abiertas, y las abejas que se parecían al abeconejo del anuncio, empezaron a entrar. Nuestro miedo ya era insuperable.

  Desde que empecé la universidad, he tenido la mala suerte de que siempre me ha tocado el turno de tarde, sin posibilidad de cambiar a la mañana (porque no existe el turno de mañana) para las carreras en las que he estado. Esto me hizo querer dormir cada mañana un poco más, y volverme una persona vaga y poco productiva y que, unido a lo imposible que veía yo estar estudiando Filología Inglesa, me hizo fracasar.

  ¿Cuál es la moraleja? Que a veces me arrepiento. No es que no fuera capaz, es que no lo intenté y simplemente me cambié de carrera, concretamente a Turismo, una de esas carreras que los demás clasifican entre las carreras de los tontos junto con las de Magisterio o Trabajo Social.

  Si os interesa en esta entrada explico un poco sobre lo que quería hacer con mi vida y lo que he acabado haciendo, con respecto a la carrera y tal.

  Por cierto, jamás olvidaré el mote de la profesora: Adinegri.




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