domingo, 7 de diciembre de 2014

La primera impresión es la que cuenta

  Pues resulta que llegó mi primer día de universidad, hace ya de eso unos seis años, este en el que te hacen una presentación de lo que supuestamente será la carrera, que te la pintan súper bonita y emocionante y que luego es todo mentira, y en el que te presentan las asignaturas. Y fijaos lo que a mí me gustó, que acabé cambiando de carrera, pero eso es un tema que ya contaré más adelante.

  Y yo, menos mal, que por aquellos tiempos existía Tuenti -¿aún existe?- y había cotilleado a una chica que no conocía y resulta que iba a estudiar lo mismo que yo y en la misma uni, porque estaba aterrorizada, yo eso de ir sola a un nuevo sitio lleno de desconocidos me hacía sentirme como en la Matanza de Texas. Por cierto, luego topé con compañeros majísimos y no he vuelto a tener compañeros así, pero eso es otro tema que ya contaré más adelante también.

  A lo que iba, que iba yo con esta chica, que acababa de conocer, entrando por la uni buscando a qué dichoso edificio teníamos que ir porque claro, esta universidad en la que yo llevo estudiando la mitad de mi vida tiene todas las facultadas en un mismo campus, entonces hay una barbaridad de edificios, y he de reconocer que hasta este año, seis años después, no he sabido en que orden se distribuían los edificios, que tenía truco la cosa, y me he pasado todos estos años sin saber nunca qué edificio era cuál...

  En fin, que me vuelvo a liar. Resulta que esta ciudad en la que yo estudio es muy de cuestas y de suelo escurridizo y mi equilibrio está más bien desequilibrado, y ya cuando llueve ni os cuento. Pues en una de estas que estaba bajando una cuesta más o menos decente, no sé dónde fui a poner el pie que tuve la mala suerte de escurrirme y pegar el culetazo de mi vida, tan grande que menos mal que soy poquita cosa, que si no abro un agujero negro a la tercera dimensión en mitad del campus.

  Yo soy muy de soltar un grito ante situaciones imprevistas, así que aunque el boom no fuera muy estruendoso por eso de que soy poquita cosa, mi grito hizo atraer todas las miradas, llenas de estudiantes novatos perdidos como yo, pero con una diferencia: yo estaba en el suelo y ellos de pie, aguantándose la risa.

  Yo me empecé a reír como una loca, claro que la mitad de la risa era fingida para que la gente (los chicos) viera que soy una tía cojonuda y con sentido del humor. Ahora, pensando en aquel momento, creo que la risa era un poco de desquiciada. 

  En verdad yo soy -o al menos por aquellos tiempos era- una chica súper tímida, de éstas que le cuesta la vida relacionarse con la gente, pero está claro que aquel día entré por la puerta grande y estoy segura de que todas esas personas que vieron ese momento me recuerdan, no por la caída, sino por la loca de la risa rara.


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