miércoles, 27 de enero de 2016

Los calzoncillos de mi padre y mis amigas

Recuerdo cierta vez, cuando era adolescente justo en la época en la que cualquier gesto que hagan tus padres te avergüenza, que mis por entonces amigas del cole, cuyos miembros familiares varones son muy elegantes, me comentaron que éstos no solían caminar en calzoncillos por casa en verano, como mucho lo hacían sin camiseta pero con unos pantaloncitos. 

Por desgracia, yo no podía decir lo mismo. Mi padre y mi hermano, contando con el tipazo que tiene mi padre a lo Homer Simpson, son aficionados a llegar a casa y, tal y como las mujeres nos deshacemos del sujetador por debajo de la camiseta, ellos con un chas se quedan en calzoncillos. Horroroso, de verdad, realmente desagradable. A mí me da igual como vaya cada uno por su casa, pero el problema es que el salón de mi casa está justo a la entrada, y si yo paso por casualidad con unos amigos porque vayamos a cenar en casa o simplemente nos haya dado ganas de ir al baño y estuviéramos cerca de mi casa, siempre nos vamos a encontrar a mi padre o a mi hermano o, peor, a ambos, en calzoncillos. Y realmente se crean momentos muy incómodos. Bueno, eso ya lo he intentado solucionar: nunca llego a casa de improvisto y si voy a llevar a alguien, aviso antes a mi madre para que les ordene vestirse.


He de decir una cosa, si yo estoy preocupada durante todo el verano porque lo que me ponga para estar cómoda en casa haga que se me noten los pezones y acabo poniéndome sujetador para que mi familia no me los note, ¿por qué narices tengo yo que notar a través de una tela el huevamen de mi padre y mi hermano? Qué asco, de verdad. Creo que esa es la razón por la que no soy nadie en la vida y nunca lo seré, me quedé traumatizada y, a consecuencia, estancada en el abismo.

Volviendo a mis amigas del cole, sus padres que son tan refinados y elegantes (no lo digo con retintín ni con ironía), nunca van por casa en calzoncillos en verano. Para eso están los pantalones cortos de andar por casa. Y yo, mientras tenía en mi cabeza la imagen mental de mi padre tirado en el sofá con sus calzoncillos blancos tipo slips, les aseguré que el mío siempre, SIEMPRE, se ponía un pantalón.

Hasta aquí todo bien.

Luego, unos cuantos días después, llevé a mis amigas a casa para pasar allí el rato. Abrí la puerta, íbamos charlando y riendo espontáneamente cuando, de repente, allí estaba mi padre, tirado en el sofá en calzoncillos blancos tipo slips

Mis neuronas entraron en conflicto, mi sentido de la vergüenza se disparó. ¿Qué podía hacer para arreglar aquello, por dios?

Así que no se me ocurrió otra genial idea que disimular comentando lo que mi padre tenía puesto en la tele: una corrida de toros. Todo con el fin de que ellas miraran a la televisión y no a mi padre. Y yo allí tipo "uy, casi le da", "uy, que lo pincha", como si repentinamente hubiera dejado de ser antitaurina radical. Y yo he sido antitaurina desde que tengo uso de razón.

Triste, muy triste. Ya no me relaciono a menudo con esas chicas, aunque aún nos vemos un par de veces al año para comer y una de ellas me sigue en Instagram. ¿Me recordarán por ese bochornoso momento?

Pensando así, y pensando en todos mis bochornosos momentos que marcaron a la multitud, puede que sea recordada por todos esos bochornosos momentos. Ya ves, algunos son recordados por su gloria, otros por su fracaso, y otros por los momentos de vergüenza ajena, como yo.

2 comentarios:

  1. Jajajaja, lamento que te recuerden como la hija del hombre en calzoncillos, pero es mejor eso a que te recuerden por la chica del moco en la cara, o la chica de los gases... la vergüenza ajena no está tan mal

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    1. Ay dios, lo de la chica de los gases suena fatal... gracias por pasarte!

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